Quizás a Nayib Bukele se lo conozca fuera de su país por sus trinos en Twitter o sus videos donde habla, con la pantalla partida, mientras miles de pandilleros de las maras se amontonan en las cárceles.
Pero mucho antes de que fuera presidente, Bukele pertenecía al equipo de alcaldes del Frente Farabundo Martí de Liberación Nacional, el brazo político de la extinta guerrilla que en los años 80 peleó una guerra civil contra el Ejército salvadoreño y los escuadrones paramilitares del Partido Alianza Republicana Nacionalista (ARENA) , un grupo católico conservador apoyado por los sectores más anticomunistas y reaccionarios de El Salvador y Estados Unidos.
Armando Bukele Kattán, su padre, había sido clave como publicista para lograr la primera victoria del FMLN en el 2009 con la llegada de Mauricio Funes a la presidencia de El Salvador. Dos años después, Nayib se afilió al FMLN para lanzarse como alcalde del municipio de Nuevo Cuscatlán, una población de la periferia de San Salvador que apenas cuenta con 8.000 habitantes. Era la cara juvenil y de renovación de un partido de izquierda que ya para 2014 rumbeaba para una segunda presidencia con Salvador Sánchez Cerén, presidente del partido.
De inmediato, el FMLN lo eligió para competir contra ARENA en la alcaldía de San Salvador. Y ganó.
En ese momento, El Salvador solo era noticia por la existencia de jóvenes tatuados que pertenecían a las maras, unas pandillas cuyos códigos eran indescifrables. Cada negocio, cada particular con dinero, era extorsionado por algunas de estas pandillas cuyos líderes habían hecho escuela en la delincuencia de Los Angeles, y otras ciudades estadounidenses, en los años 80. Por ahí, si te gustaban las olas y el surf, sabían que algunas playas, como Tunco, eran ideales para pasar un buen rato y disfrutar de este deporte.
Pero a medida que pasaron los años de gobierno del FMLN, los titulares locales se plagaron de noticias de corrupción. Mauricio Funes y Sánchez Cerén quedaron envueltos en escándalos de la misma manera que los gobiernos anteriores de Arena de Antonio Saca. Y Bukele, el renovador que organizaba proyecciones de películas de Dragon Ball Z en el centro de San Salvador, comenzó a hacerse eco del descontento contra el FMLN y sus actos de gobierno. Lo que empezó como un idilio de amor terminó con vivos de Bukele en Facebook donde denunciaba la persecución en su contra dentro del partido de izquierda.
Algunos publicistas de la izquierda latinoamericana se sorprendieron por la efectividad, y eficacia, de sus ataques. Arena y el FMLN, según su discurso, eran dos caras de la misma moneda: dos partidos corruptos, ineficientes, que poco le importaban los salvadoreños. Todo aderezado con un discurso motivacional y nacionalista sobre un Salvador que debía tener un papel más destacado en el mundo donde se pusiera en valor sus riquezas naturales y humanas. “Tenemos todo para ser un país grande”. Bukele se anticipaba al post progresismo con una tercera posición propia que le daba centralidad.
Y así fue como ganó las presidenciales de 2019 con un 53% frente a las candidaturas de Arena y el FMLN que apenas arañaron, juntas, un 40%. Como su partido Nuevas Ideas no podía presentar candidatura optó por liderar la formula de Gana, una escisión del partido Arena integrada por antiguos miembros de sus gobiernos. Lester Toledo, antiguo diputado opositor venezolano, había liderado su equipo de campaña junto con otros miembros del partido Voluntad Popular de Leopoldo López.
Pero aún le quedaba gobernar con una Asamblea Nacional hegemonizada por los dos partidos y un sistema judicial nombrado por este órgano legislativo. Para mantener su popularidad recicló unos nuevos acuerdos con los pandilleros de las maras para que no existiese violencia en las calles de El Salvador. Todos los gobiernos lo habían hecho antes. También se acercó a la Administración de Donald Trump con varios gestos y reuniones, y viajó a China donde firmó varios acuerdos de cooperación y reconoció que Taiwán pertenecía a China. Hasta ese momento, El Salvador era uno de los pocos países en el mundo que reconocían la independencia de la isla.
La pandemia de 2020 lo encontró con un poder legislativo y judicial adverso que saboteaba, de manera torpe, gran parte de sus políticas. Así que lanzó la campaña a las legislativas como una forma de plebiscitar la salida completa de los partidos políticos tradicionales de la vida nacional. Y arrasó.
Los militares salvadoreños, por su expresa orden, ocuparon el hemiciclo del poder legislativo como antesala a la toma completa del poder. Bukele, en un solo movimiento, logró que la Asamblea destituyera al Fiscal General y los jueces del Supremo que bloqueaba sus medidas e investigaban los hechos de corrupción denunciados durante su gobierno. Como Trump había salido del poder, la Administración de Joe Biden comenzó a sancionar a los miembros de su gobierno involucrados en todas estas maniobras.
Pero una nueva ola de violencia por parte de las maras distrajo, por completo, a los observadores. Bukele, rápido de reflejos, ordenó un duro régimen de excepción que implicó detenciones sumarias y encarcelamiento masivo de sospechosos de pertenecer a las maras. De golpe, los negocios, y los particulares, dejaron de pagar vacunas y las calles dejaron de estar separadas por el control de tal o cual pandilla. Las noches en la capital dejaron de estar hegemonizadas por la inseguridad y los toques de queda invisibles.
Bukele, detrás de toda la parafernalia, había negociado con algunos pandilleros de la M-13 y la Mara Salvatrucha, las dos bandas principales. Por ejemplo a Élmer Canales Rivera, alias Crook o Crook de Hollywood, lo dejó salir de El Salvador y a Borromeo Henríquez, alias Diablito de Hollywood, lo salvó de ser extraditado a Estados Unidos. Ambos eran líderes de la M-13. En todas estas negociaciones puso al frente a personas cercanas a su figura como Carlos Marroquín, su secretario presidencial.
Y con ese shock de popularidad, derivado de sus políticas de seguridad, logró postularse a un nuevo mandato gracias a un fallo del Supremo nombrado por sus diputados. Por lo que este domingo fue reelecto con un 85% de los votos luego de que repartiera ayudas sociales e hicieran campaña con recursos públicos, al igual que los partidos tradicionales que tanto había criticado en el puñado de años en los que fue confeso opositor.
Bukele, al final, tiene una única ideología: el poder. Por eso su biografía órbita entre la izquierda guerrillera, que su padre publicitó al país, y los oportunistas de la derecha que se apuraron a llenar sus filas cuando el barco de Arena y el FMLN se hundía como el Titanic. Entre los coqueteos con Donald Trump y las sonrisas cómplices con Xi Jiping, la mano dura y los acuerdos con pandilleros, el dólar y el anarcocapitalismo del bitcoin, entre políticas de ayuda social y Estado presente y políticas de libre mercado fuera de las fronteras de su país.
Bukele es la encarnación del Estado salvadoreño. Todo pasa y termina en alguien del circulo del presidente salvadoreño.
Es todo lo que Javier Milei parece odiar de la política argentina: los acuerdos, el pragmatismo, la política. En sus primeros días de gobierno, presentó un decreto de necesidad y urgencia que demuele leyes completas y una ley ómnibus que ni sus colaboradores puede citar de memoria. El libertario con sus pasos falsos pretende emular un choque del Poder Ejecutivo contra el Legislativo, como el que surfeó Bukele, pero sin narrativa, ni un atisbo de estrategia para construir una mayoría parlamentaria, y popular, en las próximas elecciones. Argentina es un país también bastante diferente a El Salvador: lleno de organizaciones intermedias, sindicatos, universidades, entidades empresariales, entre muchas otras.
Quizás si Milei doma la inflación, como Bukele hizo con la seguridad, pueda tener algo de popularidad. Un mal augurio para el libertario es que la historia argentina está llena de presidentes odiados por implementar políticos económicas destinadas a erradicar a la clase media y los derechos de los trabajadores. Milei, a diferencia de Bukele, parece más cerca a construir la hegemonía de una secta global, la libertaria, que una mayoría en su país.
Esta semana será publicado un análisis especial sobre los planes de Estados Unidos para Medio Oriente y Palestina, que prepara la Administración Biden.
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