Este 2023, arrancó con la detención de uno de los mayores traficantes de personas del mundo, Kidane Zekarias Habtemariam.
Su nombre es posible que no te suene de nada. Pero quizás si lo recuerdes por estar asociado a un hecho terrible y escalofriante. Hace casi seis años, un grupo de periodistas de CNN filmaron como un grupo de hombres eran vendidos en una subasta. En uno de los videos, por ejemplo, uno de los vendedores preguntaba; “¿Alguien necesita una excavadora? Este es un excavador, un hombre grande y fuerte, cavará”. Luego los compradores levantaban la mano cada vez que subía el precio. “500, 550, 600, 650…”
En cuestión de minutos todo terminaba y los hombres, completamente resignados a su destino, eran entregados a sus nuevos “amos”.
El video horrorizó al hipócrita Occidente que años antes había apoyado los bombardeos a Libia de la Alianza del Tratado del Atlántico Norte. Según la CNN, en aquel momento habían nueve mercados de esclavos alrededor del país. Kidane Zekarias Habtemariam, ciudadano eritreo, era uno de los mayores traficantes de personas beneficiados con este lucrativo negocio nacido al calor de la fragmentación de Libia.
¿Pero qué más había beneficiado a los esclavistas libios por aquel entonces? Un programa de la Unión Europea que pagaba a la Guardia costera libia para que devolviese a los barcos de migrantes con destino hacia el Viejo Continente. Por esta razón, personas de toda África quedaron varados en Libia. Eritreos, sudaneses, nigerianos y etíopes en su mayoría. Todos empujados por la promesa de una mejor vida en Europa.
Leamos una de las historias recogidas por CNN en uno de los campos de detención para migrantes que iban a ser deportados en Libia.
Uno de los migrantes detenidos, un joven llamado Victory, dice que fue vendido en una subasta de esclavos. Cansado de la corrupción desenfrenada en el estado de Edo en Nigeria, el joven de 21 años huyó de su hogar y pasó un año y cuatro meses, y los ahorros de toda su vida, tratando de llegar a Europa.
Logró llegar hasta Libia, donde dice que él y otros inmigrantes en potencia fueron retenidos en condiciones de vida pésimas, privados de alimentos, abusados y maltratados por sus captores.
“Si miras a la mayoría de las personas aquí, si revisas sus cuerpos, ves las marcas. Son golpeados, mutilados”.
Cuando sus fondos se agotaron, Victory fue vendido como jornalero por sus contrabandistas, quienes le dijeron que las ganancias obtenidas de las transacciones servirían para reducir su deuda. Pero después de semanas de verse obligado a trabajar, le dijeron a Victory que el dinero por el que lo habían comprado no era suficiente. Fue devuelto a sus contrabandistas, solo para ser revendido varias veces más.
En aquel 2017 habían entre 700 mil y un millón de migrantes en Libia, según a Organización Internacional para las Migraciones (OIM). El tráfico de migrantes era el segundo trabajo más lucrativo del país después del contrabando de gasolina, que representa entre el 5 y el 10 por ciento del PIB del país.
Uno de los sitios esclavistas más conocidos de Libia fue la localidad de Bani Walid, renombrada la “Ciudad Fantasma” por la cantidad de personas que desaparecían o morían allí, como si un hoyo se las tragara. El misterio de esas desapariciones tenía una escalofriante razón. Kidane Zekarias Habtemariam y otro esclavista, Tewelde Goitom, tenían un complejo donde encerraban a los migrantes africanos que deseaban emprender viaje hacia Europa.
“Las víctimas han estimado que extorsionaron, mantuvieron cautivos y transportaron a decenas de miles de refugiados y migrantes entre ellos, entre 2014 y 2018. Una víctima recordó que Goitom se jactaba de haber trasladado a 15.000 personas a través del mar a Europa solo en 2015, cuando los llamados La “crisis migratoria europea” estaba en su apogeo”, según Vice.
Ousmane K, un guineano de veintitantos años, contó a la agencia AFP que, en su paso por Bani Walid, fue secuestrado y vendido como esclavo. Al parecer, sus esclavistas lo cambiaron por dinero y entregaron a los guardias de la prisión donde estaba para que cobraran el precio de rescate ofrecido a su familia. Porque el valor de Ousmane K era lo que los suyos pudieran pagar por su vida.
Kidane Zekarias Habtemariam y Tewelde Goitom impusieron así una tenebrosa forma de esclavismo en su complejo rodeado de muros y guardias de seguridad.
La periodista irlandesa Sally Hayden con estomago y mucho trabajo pudo reconstruir alguna de las historias de sus víctimas.
Primero vino el olor, luego la vista de cientos de personas desperdiciadas y, finalmente, la comprensión de que no iba a ninguna parte rápidamente. Aaron había entrado en el almacén del contrabandista.
Aproximadamente 900 hombres, mujeres y niños estaban juntos: somalíes, eritreos y etíopes. Había tres baños. “Duermes abarrotado, no tenía capacidad para albergar esa cantidad de gente”, recuerda. “La temperatura es muy alta; tienes que asfixiarte. Bebes agua de los inodoros y te lavas de los inodoros. Hay gente muriendo de hambre”.
El adolescente tenía solo 17 años cuando escapó del servicio militar obligatorio e interminable en Eritrea, una de las dictaduras más aisladas del mundo, y audazmente se dirigió a la capital sudanesa, Jartum. En Sudán, un país islámico en ese momento todavía gobernado por el criminal de guerra buscado Omar al-Bashir, los refugiados mayores susurraban sobre el secuestro o robo de sus hijos.
En realidad, se convenció a muchos jóvenes de abandonar el país con un esquema de "vaya ahora, pague después", con pagos aparentemente reservados hasta que vieran resultados. Un contrabandista le dijo a Aaron que podría cruzar el mar Mediterráneo en unos días y que comenzaría su nueva vida en Europa.
"Nos engañaron intencionalmente", dice Aaron. Incluso cruzar el desierto del Sahara para salir de Sudán tomó semanas. Pero Libia fue donde comenzó el verdadero sufrimiento. En el almacén del contrabandista, donde permaneció entre junio de 2017 y mayo de 2018, le dijeron a Aaron que debía 10 000 €, mucho más de lo que esperaba.
Las madres de los cautivos han creado grupos de WhatsApp para compartir información. En un caso, cada madre contribuyó con $10 para la liberación de un niño somalí que no tenía padres.
Algunos fueron engañados con promesas de un pasaje rápido a Europa y los condujeron, a través del desierto del Sahara, “cruzando la frontera libia antes de que quedara claro que les esperaba algo más. Encerrados con cientos de otros, se vieron obligados a llamar a sus familiares mientras los golpeaban, o los dejaban sin agua, comida y atención médica, mientras la cantidad de dinero exigida aumentaba cada vez más”, según la periodista.
Una de las cuestiones más escabrosas es que los secuestrados contactaban a sus familiares a través de Whatsapp o Facebook. Otras veces los llamaban con sus captores a sus lados para informarles cuánto era el dinero que necesitaban para ser, de nuevo, libres. “Llamaban a nuestros padres y decían que si no pagaban, nos matarían o cortarían nuestro cuerpo en pedazos como en una película de terror”, narró Hani, un joven somalí secuestrado cuando tenía 20 años.
Los dos esclavistas, además, torturaban a las personas que no habían pagado nada de su rescate como una forma de presionar a su circulo íntimo. Otras, veces, los dejaban morir cuando su salud empeoraban.
Incluso, cuenta la periodista Sally Hayden, los dos contrabandistas obligaron a jugar al fútbol a los hombres cautivos. Los que fallaban tiros eran baleados y los que ganaban debían elegir una de las mujeres secuestradas para violarla. Tewelde Goitom era conocido en el complejo por ser un aficionado a esta práctica.
Según Vice, múltiples víctimas en diferentes países le dijeron a que conocen personalmente a mujeres que tuvieron bebés como resultado de una violación por parte de él. Las personas detenidas en su almacén dijeron que elegiría a cualquier chica o mujer que quisiera: algunas casadas; otros muy jóvenes. Supuestamente grabó encuentros en video y amenazó con publicarlos en línea si la mujer hablaba
Nadie sabe cuánta gente murió aunque la cifra debe ser elevada porque según un miembro de Médicos Sin Frontera, la demanda de bolsas de cadáveres alcanzó las 50 por semanas en los campamentos de la organización cerca de la ciudad. Otro de los grandes misterios es el destino del dinero obtenido con estos rescates.
Años después, Kidane Zekarias Habtemariam y Tewelde Goitom fueron detenidos por las autoridades de Etiopía.
La historia del arresto de Kidane es digna de una película de Hollywood. Una tarde de febrero de 2020, Fuad Bedru de 24 años lo reconoció fuera de una tienda de productos electrónicos en Addis Abeba, la capital de etiopia. Su cara era imposible de olvidar para Fuad; Kidane lo esclavizó por tres meses en su complejo en Bani Walid hasta que su familia pagó 10 mil dólares.
Bedru corrió a un policía y le contó quién era ese calvo eritreo que campeaba a sus anchas por la capital. Kidane, acorralado, intentó sobornarlos con un billete de 500 dólares y promesas de riquezas en sus cuentas bancarias.
Por primera vez, el esclavista se enfrentó a sus víctimas en un juzgado de Etiopía junto a su inefable compañero, Tewelde Goitom. Ambos intentaron comprar testigos y evitar las declaraciones de sus antiguos prisiones de forma virtual. El relato de la periodista Sally Hayden sobre las audiencias hace que uno pierda la fe en la humanidad.
A fines de 2020, asistí a siete audiencias y observé cómo los guardias armados conducían a los dos hombres por separado a una sala del tercer piso en el tribunal federal de Addis Abeba. Llegaron esposados, moviéndose entre la evidente incomodidad y la bravuconería. Los esperaban las víctimas y sus familias. No hubo observadores internacionales presentes. A menudo, las únicas personas allí que no estaban directamente involucradas en el juicio éramos un traductor y yo.
Uno por uno, los testigos nerviosos se sentaron frente a un panel de tres jueces. Describieron que les prometieron un pasaje rápido a Europa y los condujeron a través del desierto del Sahara, cruzando la frontera libia antes de que quedara claro que les esperaba algo más. Encerrados con cientos de otros, se vieron obligados a llamar a sus familiares mientras los golpeaban, o los dejaban sin agua, comida y atención médica, mientras la cantidad de dinero exigida aumentaba cada vez más. Algunos testigos trataron de evitar volverse y mirar a los hombres acusados cuando los fiscales les pidieron que los identificaran; los recuerdos eran demasiado dolorosos.
El número de personas que declararon fue inesperadamente bajo dado que no se permitía testificar a distancia, lo que significaba que Habtemariam solo podía ser acusado de ocho cargos relacionados con el tráfico y la trata de personas, y Goitom de cinco. Sus víctimas, muchas de las cuales son compatriotas eritreos y somalíes que huyen de guerras y dictaduras, siguen buscando un lugar seguro para vivir. Algunos han llegado a Europa o Túnez, mientras que otros, en proceso de ser reasentados en países más seguros por la ONU, se encuentran temporalmente en Ruanda y Níger. Algunas víctimas luchan en Libia, lo que significa que no pueden participar en los juicios.
Ni los diplomáticos europeos, ni las organizaciones internacionales de derechos humanos ni las agencias de la ONU se interesaron en la suerte de los contrabandistas. Por ende, las autoridades etíopes no trataron a Kidane como un prisionero de alto riesgo. El resultado fue una espectacular fuga en una de las audiencias judiciales. Según lo reconstruido, el esclavista fue al baño antes de comenzar la audiencia y cambió el uniforme naranja de prisionero por un conjunto de ropa nueva. Salió de ahí caminando como un hombre libre sin que nadie lo detuviera.
Por supuesto, sus guardias quedaron presos bajo la sospecha de haber sido sobornados. Solo había pasado un año desde que su detención fuera de una tienda de electrodomésticos en la capital de Etiopía.
Durante el juicio, surgieron interrogantes sobre el destino del dinero ganado por los esclavistas. Según lo trabajado por los fiscales etíopes e Interpol, lo ganado con sus secuestros se depositó en Emiratos Árabes Unidos, Israel, Reino Unido y Sudán. También se trasladó Canadá y Suecia a través de una red de familiares y asociados de los contrabandistas.
El juzgado de etiopia lo condenó a cadena perpetúa en rebeldía por trata y contrabando de personas después del escape. Su compañero esclavista Tewelde Goitom recibió una pena de 18 años y fue extraditado a los Países Bajos por una acusación hecha por los familiares de algunas de sus víctimas. Por los mismos casos, Amsterdam emitió una alerta de roja de Interpol para apresarlo.
Casi dos años después de esa espectacular fuga, el esclavista Kidane Zekarias Habtemariam fue detenido por las autoridades de Emiratos Árabes Unidos, uno de esos países donde se supone tiene parte de su dinero mal habido, cuando estaba en Sudán. Según un comunicado conjunto entre Interpol y Abu Dabi, uno de los reinos de los Emiratos, Kidane fue hallado después de que se analizaran las transacciones financieras ilegales realizados por su hermano, Henok Zekarias. “Era el traficante de personas más buscados del mundo”.
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